jueves, diciembre 01, 2016

NaNoWriMo me sale, pero me cuesta

Yo soy un poco del género tonto.

Termino la carrera, me independizo y me creo un ritmo de vida más bien estable, sin demasiados contratiempos. Acabo con un horario bastante decente, que podríamos clasificar como "de media jornada", donde hago algunas cosillas para ganarme el sustento por las tardes y tengo unas mañanas estupendas para ser una persona de provecho.

Y fíjate que, aun así, todavía he tenido problemas para completar el reto de NaNoWriMo a un ritmo normal de persona responsable.

El reto empezó muy bien, mejor que las dos ediciones anteriores, con unos días iniciales de cumplir los objetivos diarios e incluso superarlos. Sin embargo, rápidamente me encontré con una serie de días en los que dejaba la escritura para la noche y, cuando en teoría iba a ponerme a escribir, algún pretexto ajeno me requería y se cargaba mi planificación.

Tuve un fin de semana muy productivo entre el día 19 y el 20 gracias a la Noche de Escritura Peligrosa, un evento que organizó en Zaragoza el ML de allí (que también capitanea la asociación Atrapavientos) y que permitió pasar una velada en compañía de gente estupenda y escribir. Escribí una barbaridad ese fin de semana, algo así como unas 9000 palabras. Seguía sin ser suficiente para llegar a la meta diaria deseada, pero mi retraso se reducía mucho y me ponía las cosas fáciles.

Quisiera destacar que la experiencia de Zaragoza fue muy interesante por varios motivos. En primer lugar, me gusta mucho viajar solo porque me da libertad absoluta para montarme la vida allá donde voy: puedo detenerme en cualquier sitio el tiempo que quiera y dejarme llevar por los impulsos de visitar un sitio u otro, con tal o cual medio de transporte... comer por ahí leyendo un libro... Luego me junto con la gente y soy muy feliz y muy sociable, pero valoro muchísimo tener ratos aislados para poder esparcirme a mi aire. Zaragoza me ofreció esa libertad con un plus: el clima. Un frío seco muy agradable, de los de salir a la calle con chaqueta sin empezar a sudar a los cinco minutos de andar por la acera. Algo me dice que en un futuro tendré que mudarme a una ciudad como esa (lo mismo pensé de Bilbao el año que hice un trabajo de economía urbana sobre ella).

Además, en el evento de Zaragoza conocí a un montón de gente interesante. El ambiente de NaNoWriMo en esa ciudad es maravilloso y me dejó muy buen sabor de boca. Además, no fui el único que acudió desde fuera de la ciudad. Congenié con un par de visitantes barceloneses que se sentaron junto a mí durante el evento y con una chica estadounidense, con la que compartía mesa, que estaba escribiendo su autobiografía y me regaló un CD de música compuesta por ella (es cantautora y toca el piano, podéis encontrar su música aquí). También en el evento hablé con #LittleRedRead, una booktuber a la que sigo en Youtube y que resultó ser una chica muy afable, igual que en sus vídeos. Hubo muy buen ambiente con todo el mundo e hicimos varias actividades (¡grabamos incluso uno de esos Mannequin Challenge!) que enriquecieron bastante la velada; diría que, en general todo el mundo se lo pasó muy bien. Yo además disfruté mucho gracias a Laura, una chica que se sentó delante de mí durante el reto y que me pegaba unas palizas interesantes en cada guerra de palabras que hicimos (competiciones para ver quién consigue escribir más palabras en un intervalo fijo de tiempo).

Por desgracia, al volver de Zaragoza, las cosas no fueron exactamente como yo quería. Los primeros días después del finde logré mantener un ritmo extraordinario, escribiendo en torno a 3000 palabras diarias, pero luego se me echó encima la entrega del resumen para la preinscripción del doctorado y el Salón del Manga de Valencia acompañando a mi queridísima Begoña... y el ritmo se fue lejos, muy lejos.

Volvió a 3 días de terminar el reto, con 20000 palabras colgando. Y las escribí.

Fueron tres jornadas muy demoledoras. El primer día escribí unas 7000, al siguiente unas 4000 y el último, ayer, hice un sprint final de 9000 palabras. Acabé tan rendido que no llegué a cenar, porque me caí en el sofá y me he despertado ahora, a las seis de la mañana. Ni cené ni he desayunado ni nada por el estilo, estoy totalmente desubicado ahora. Pero bueno, estoy satisfecho porque he conseguido el objetivo. Ahora es cuando viene la parte más difícil: conseguir editar el manuscrito.

La última vez conseguí trabajar bastante en el libro después del reto de NaNoWriMo, aunque mucho menos de lo que me hubiera gustado. Esta vez tengo un borrador mucho más largo (gracias a la ampliación de 50000 palabras de esta edición), con menos huecos para rellenar y más facilidades para hilar la trama tal y como la tenía ideada. Algo que sigue siendo difícil porque aún cargo con muchos interrogantes e indecisiones sobre algunos momentos de la historia, pero no me preocupo porque ahora es el verdadero momento de ponerse manos a la obra y convertirlos en lo que quiero.

Deseo que diciembre funcione muy bien a muchos niveles. Os iré contando sobre la marcha.

Espero que esta lectura os haya resultado interesante. Como ya comenté anteriormente, estaré encantado de responder a cualquier duda o cuestión que queráis plantearme a través de los comentarios.

Un saludo a todos.

martes, noviembre 01, 2016

Cuánto quería leer en octubre... y eso que no he parado (de leer)...

Pero es que a veces las cosas ocurren de formas poco convenidas con nuestro yo interior organizador, ese que escribe con mucho optimismo esas maravillosas listas de quehaceres y objetivos semanales o mensuales o diarios... en fin, todas esas patrañas.

Yo vengo a sincerarme: tenía una barbaridad de libros para leer en octubre. Una amiga me informó de la existencia de un reto lector para el mes que cerramos hoy, #LeoAutorasOct. Me pareció una idea muy interesante porque considero que acciones como ésta, si bien no dejan de ser un gesto, son las mejores opciones para acercar una postura feminista a la gente menos propensa a reconocer un cambio necesario en su forma de concebir la sociedad moderna. Para mi sorpresa, cuando revisé mi estante de lecturas pendientes, vi que el trabajo ya estaba hecho para preparar el reto: no sólo estaba leyendo la trilogía de Memorias de Idhún, de Laura Gallego García, sino que además tenía en la recámara varias obras escritas por autoras, como un par de sagas de la Dragonlance co-escritas por Margaret Weis (y "Ancillary Justice" de Ann Leckie en mi Kindle).

Prácticamente me había sumado al reto de rebote. Para motivarme un poco más a leer, durante el mes de septiembre adquirí un par de títulos más: "Love" de Toni Morrison (la última persona estadounidense premiada con el Nobel de Literatura hasta el recién galardonado Bob Dylan) y la novela gráfica "Aquí vivió: historia de un desahucio", que no está guionizada por una mujer pero sí dibujada (por Cristina Bueno; pensé que ambos eran coautores cuando la compré y no me enteré hasta después).

Y claro, con todo ese material, tocaba ponerse las pilas y leer. Leí mucho en los viajes de cercanías a dar clases particulares, leí después de los desayunos, leí después de comer en casa de mis padres en las visitas semanales, ¡leí por las noches por primera vez en mucho tiempo! Y me leí... la novela gráfica y dos medios libros de Memorias de Idhún.

Ea. Hasta aquí puedo leer. (Adridulce ironía).

...Digamos que, por mi parte, habría estado encantado leyendo mucho más. Pero, aunque podría escudarme en la extensión de la saga de Idhún (el tercer libro tiene 942 páginas, y el segundo ronda las 670), no lo voy a hacer. El verdadero motivo de haber avanzado tan poco leyendo esta trilogía es que no me está gustando nada. Pero nada. Me leí hace años los dos primeros libros, regalo de mi tía, y el tercero nunca llegó a mis manos. Tampoco me lo leía prestado de un amigo porque "tengo ya los dos primeros, me leeré el tercero cuando me lo compre". Efectivamente, el año pasado —o a principios del presente— me compré "Panteón" en una liquidación al 50% de una librería especializada del centro de Valencia. Me dije a mí mismo que, puesto que no había gastado mucho dinero en adquirirlos, siempre me quedaba la opción de venderlos por Wallapop después de leerlos por si no me gustaban.

Debo decir que los libros primero y segundo me decepcionaron ampliamente. Guardaba buenos recuerdos del primero porque, mi memoria dixit, incorporaba una interesante mezcla de mundos fantásticos con un escenario urbano contemporáneo del mundo real, mezclando con elegancia en un mismo libro un escondite interplanar de noche eterna equipado con ordenadores y hechizos de magia lanzados en mitad de un concierto en un estadio. Leído este libro con 25 años, el estilo me resulta excesivamente aniñado y todas las cosas que otrora encontraba originales ahora me parecen un "quiero y no puedo": el germen de la idea sigue estando ahí, pero la indeterminación es a menudo demasiado grande como para creérmela.

Siempre leo por todas partes que lo que hace bueno a un mundo fantástico es la libertad que el autor tiene para crearlo todo a su gusto y definir todos los pequeños detalles que dotan al universo de coherencia y cohesión; en Memorias de Idhún no existe ese mimo, que sólo he apreciado (y ojo, lo remarco: muy notablemente) en las descripciones del bosque de Awa presentes en Tríada. Por lo demás, la saga se me ha antojado muy prescindible en su conjunto: personajes totalmente maniqueos o totalmente indefinidos en su eterno baile de bandos sin justificarlo siempre de forma convincente, exceso de dobles identidades entre personajes no siempre bien llevadas, incongruencias y excesivos deus ex que rompen la solidez de la historia (las leyendas apenas tienen un siglo de antigüedad en algunos casos, lo cual supongo que justifica que en Limbhad haya una armería REPLETA de armas legendarias que nadie sabe cómo llegaron allí... quiero decir, los personajes no tienen ni que conseguir las armas poderosas, ya estaban allí puestas porque yes), diálogos calcados, muy calcados, que se repiten tanto entre libros como entre capítulos... A día de hoy estoy hasta las narices de leer cómo JackYandrak y ChristianKirtash se echan las mismas puyitas de "te voy a matar, maldito shek"/"No podrás conmigo, dragón", dirá ChristianKirtash con una media sonrisa/"¡Basta, chicos, dejad de pelear!"/"Te perdonaré la vida porque no quiero herir a Victoria, pero si le haces daño alguna vez, date por muerto"... Y el daño a la chica se lo va a hacer igual, se lo hace tropocientas veces entre dos libros (sólo los dos que me he terminado por ahora), pero aun así la conversación sigue siendo igual de besuga.

Doy fe, eso sí, de que la historia remonta un poco en el tercer libro. El hilo conductor del volumen final (SPOILER: la irrupción de los Seis dioses en Idhún, con su presencia etérea devastadora) es con diferencia el mejor elemento argumental de toda la historia y también el motivo por el cual aún me esfuerzo por concluir "Panteón" en vez de malvenderlos sin acabar a través de la app antes citada.

Total, que octubre se ha ido en leerme unas 800 páginas de unos libros que, a priori, no me están gustando casi nada. He pensado que lo mínimo que puedo hacer es continuar con el reto en meses venideros, alargándolo a #LeoAutorasNov y #LeoAutorasDic, por ejemplo. No en vano tengo también obras pendientes que no quiero dejar pasar en mi vida lectora, como "Wuthering Heights" de Emily Brontë, "Against Interpretation and Other Essays" de Susan Sontag, la bibliografía de Virginia Woolf... Conclusión: literatura buena escrita por mujeres hay, mucha además. Nadie tiene excusa para no leerla.

martes, octubre 11, 2016

Sorpresa: ¡me independizo!

Esta tarde, veinticinco de julio, pasadas las cuatro, una furgoneta muy grande ha aparcado en un vado delante de mi casa y la he recibido con un carrito de Mercadona que transportaba cinco cajas de cartón. Una de ellas era de zapatos de la marca Dustin, otra era una típica caja decorada de las que se compran en un bazar y que sirven de cajón desorden. El resto eran del habitual cartón marrón áspero, como otras nueve que todavía esperaban arriba, en casa... en mi antigua casa. La casa donde he vivido los últimos veinte años.

Esta tarde he empezado la que será mi primera mudanza fuera de casa de mis padres. Me voy a vivir con unos amigos a un ático alquilado, en buena zona y en unas condiciones difícilmente mejorables.

Las cosas han sido muy precipitadas, todas ellas desencadenadas a primeros de mes. Si bien el detonante fue un poco agrio, no ha sido un plan improvisado por culpa de ese hecho. Ahora bien, todo ha ido mucho más rápido de lo que pensaba: apenas una semana y media entre búsqueda online y visitas a inmobiliarias, otra semana para zanjar el contrato del alquiler y los pagos pertinentes... Y esta semana, el asentamiento: pintar habitaciones, desempaquetar todo y empezar a vivir.

Me voy sin empleo, con dinero ahorrado de los últimos años. A que la vida me apriete un poco las tuercas y me la busque de alguna forma, a ser posible honrada para poder dormir tranquilo por las noches.

Tengo por delante un verano turbulento. El Proyecto Final de Carrera que presenté en julio está muy bien y muy bonito, pero suficientemente incompleto como para tener que completarlo y presentarlo de nuevo en septiembre. Nada grave, pero ahora sí que me lo juego todo a una única baza: es la última convocatoria. No la última de todas las del mundo, pero sí la última a la que debo optar. No quiero alargarlo más, ni me conviene hacerlo. Confío en empezar después, si todo sale como preveo, el programa de doctorado. A lo mejor estoy soñando despierto, muy despierto, pero el mundo de la docencia universitaria me interesa mucho. Además, mi interés profesional dentro de la arquitectura podría llevarme a alguna parte a partir de mi investigación doctoral. Es algo que no descarto.

Y...

Hoy es once de octubre. Dos meses y medio desde que empecé el borrador de esta entrada. Muchas cosas han pasado.

La más importante de todas: ¡he terminado la carrera! El PFC se entregó "debidamente" en la convocatoria de septiembre y aprobé con un notable (7). A finales del mes salieron las actas y oficialmente terminé la licenciatura de Arquitectura Superior, de la cual este mes solicité el correspondiente título de Arquitecto.

Actualmente me hallo en vías de tramitar mi preinscripción al programa de doctorado, proceso que está estancado a la espera de resolver reuniones con mis futuras directoras de la tesis para concretar el tema y realizar el "burocrateo".

Este verano, además de terminar el PFC, también tuve mi primer trabajo con contrato, haciendo de ayudante de cocina en un restaurante de Valencia. La experiencia, si bien fue dura (la hostelería no es fácil, menos en temporada alta), me dejó muy buen sabor de boca. Toda la vida hasta las narices de oír la cantinela del jefe cabrón, el martirio del currito de mierda, la explotación laboral... Y ojo, ni el trabajo fue un paseo en barca ni las condiciones eran idílicas, pero ni el blanco es tan blanco ni el negro es tan negro. No pretendo con esta opinión ser conformista, pues soy el primero que quiere aspirar a más, pero no puedo comulgar a pies juntillas con la letanía de la precariedad. Y eso me da muchas esperanzas de cara a lo que puedo exigirme en el futuro y lo que estoy dispuesto a exigir de quien algo demande por mi parte.

Ahora, hasta nuevo aviso, he retomado la faenilla de siempre: las clases particulares. Por ir tirando con algo: tirando poco, en verdad, pero de momento me apaña. Tengo ganas de saber si el doctorado traerá un horario de clases (o no, que existe también esta opción) para aventurarme con más seguridad en la búsqueda de mi próximo empleo. No estoy seguro de qué espero o qué puedo pedir, pero me gustaría subir un peldaño y hacer algo de administrativo. Poco a poco, paso a paso, mientras me sigo formando para hacerme un currículum que sea jugoso dentro de mi profesión (a día de hoy, lo único que me da una baza en la arquitectura son los idiomas, pero mi perfeccionismo y mi autoexigencia me califican de "mediocre" en casi todo lo demás).

Por otro lado, la convivencia de momento está siendo muy buena, bastante más llevadera de lo que me había imaginado en mi momento más pesimista. Si bien todos en casa tenemos claro que antes o después nuestros caminos acabarán separándose, ahora avanzamos en una misma dirección y arrojando balances positivos. Poco más se puede pedir, a parte de que las mesas de la casa estén limpias de liar tabaco... Jejejejeje...

Y ahora que estoy liberado, me estoy volcando en proyectos personales. Un proyecto gráfico en el que estoy haciendo una extensiva labor de documentación, retomar el primer borrador que logré en NaNoWriMo... Quién sabe, quizás por fin me dedique más tiempo a hacer algo con Rayas. Me gustaría, la verdad. Pero bueno, de momento me conformo con ir haciendo cosas. Por lo pronto, la lista de tareas post-PFC ha ido adelgazando hasta convertirse en apenas un tercio de lo que la inició. Con la publicación de esta entrada se tacha otro ítem de dicha enumeración.

Y poco más me atrevo a decir ahora mismo. Necesitaba terminar de escribir esto ya, ahora que la novedad aún está reciente. Pronto tendré más cosas de actualidad que contar y contenidos literarios que compartir. Octubre tiene que ser, por fuerza, el mes de recuperar el tiempo perdido en el blog. Me esforzaré para que así sea.

Espero que esta lectura os haya resultado interesante. Como ya comenté anteriormente, estaré encantado de responder a cualquier duda o cuestión que queráis plantearme a través de los comentarios.

Un saludo a todos.


jueves, junio 09, 2016

De cómo me atrevo, por fin, a considerarme un lector con todas las letras

Hola a todos, me he leído un libro y no me ha gustado.

Voy a dejaros un poco de margen para que os recreéis en esa frase. Acepto aplausos, especialmente si me conocéis un poco y sabéis, por lo tanto, que soy un crítico fatal a la hora de leer libros porque nunca me cruzo con títulos que sea capaz de calificar como malas lecturas.

¡No me ha gustado! De verdad. El tema era muy interesante y la persona sobre la que trata me suscita un montón de curiosidad... ¡pero el libro es una castaña! ¡Y me he dado cuenta! Es fantástico.

Os hablo de "Music: John Cage en conversación con Joan Retallack".


Portada de la edición en español que he leído. P.V.P.: 25,00€

Como ya vaticina el subtítulo en la portada, el libro se compone de una serie de transcripciones de las entrevistas mantenidas entre el compositor John Cage y la poetisa Joan Retallack pocas semanas antes del fallecimiento del primero en 1992. Las conversaciones se centran principalmente en comprender la forma de pensar de Cage respecto a temas como su concepción de la música, su impacto social, los procesos creativos que han marcado su obra tardía, sus motivaciones... Todos ellos elementos vitales para intentar aproximarse a una figura tan polémica en el contexto cultural-musical del s. XX. Al final del libro se incluyen una serie de anexos para ilustrar diversas piezas musicales y eventos referidos a lo largo de las charlas, que en general suponen un gran aporte para el texto (excepto en algunos casos bastante importantes, como comentaré más tarde).

John Cage es ese hombre al que la gente conoce —si es que lo conoce— principalmente por una obra que publicó en los años 50: 4'33'', una "pieza musical" compuesta por tres movimientos en los que se indica al intérprete que debe permanecer en silencio y no tocar su instrumento. Tomando esta reducción de toda su obra como referencia de su aportación a la música contemporánea, podemos concluir que John Cage es un dipolo en el contexto de las vanguardias: es el más atrevido de los vanguardistas y el más absurdo de los fraudes. Por suerte, y no siendo yo alguien dado a juzgar las primeras impresiones, me niego a posicionarme en cualquiera de ambos extremos. John Cage es otra cosa: un creador. Y me interesa mucho su perspectiva de lo que es la música y lo que él era capaz de leer en ese arte que yo quisiera vislumbrar.

Por eso adquirí este libro (primer error). Error por comprarlo en la edición española, de la editorial Metales Pesados. Si bien la maquetación no es mala, la obra ha sido traducida por un tal Sebastián Jatz Rawicz, alguien cuyo currículum como traductor no aparece reflejado en Internet. Y se nota que no es traductor profesional, al menos en el sentido estricto de estar especializado en una profesión. El estilo de la traducción es muy malo, nefasto incluso, llegando al extremo de generar párrafos o frases largas incómodas de leer por lo enrevesados que han quedado después de una traducción forzada, que se pierde en la literalidad de algunas frases que en inglés pueden tener sentido pero no en español. Os estoy hablando de esos momentos en los que, si sabes inglés, lees una frase rara en español y automáticamente piensas: "esto era patatín patatán y lo ha traducido palabra por palabra". Y no está bien hecho.

Los ejemplos más repetidos a lo largo del texto son las traducciones arbitrarias del verbo to be, como ser cuando debería emplear estar y viceversa; la expresión make sense (tener sentido), que traduce literalmente por "hacer sentido"; la traducción de speaker (altavoz) por "parlante", que en principio es correcto pero en España no se usa y a mí me sonaba a una traducción desinformada y literal a partir del verbo speak (hablar)... Y luego están las faltas ortográficas, también muy abundantes y molestas durante la lectura: uso en plural del verbo haber impersonal, ni una sola tilde en los pronombres interrogativos, comas separando sujeto de verbo, etc. Por último, el grupo mixto: faltas de ortografía que están relacionadas con la mala traducción, como cambiar de género un pronombre en frases consecutivas (se refiere todo el tiempo al mismo sujeto, pero le otorga una crisis de identidad profunda).

Quizás la edición original en inglés habría sido más adecuada. Por otro lado, hay algo que he notado en el libro que posiblemente se viera acentuado en la versión inglesa: el tono elitista que adereza el contenido. La gente involucrada en las conversaciones del libro es muy culta e inteligente: hablamos de compositores de música, músicos virtuosos, personas con muchas relaciones dentro del mundo de las artes y los circuitos de museos y exposiciones a nivel internacional... Y por aquí y por allá, mientras se narran anécdotas, dejan caer comentarios condescendientes o completamente alienados del mundo.

Son frecuentes las alusiones a público desconcertado con la obra de Cage en representaciones en directo (que no estaban atentos, o tosían mucho y mostraban desinterés por lo que estaban presenciando). Como queja es comprensible: a mí tampoco me gusta que la gente haga ruidos molestos en un concierto o en el cine. Sin embargo, los comentarios se hacen con un tono de superioridad, fórmulas que me hicieron pensar automáticamente "mira, estos incultos que no entendían el privilegio que tenían, y qué bien calladito y atento que estaba yo". Además, siendo las obras de Cage piezas que se preocupan por englobar en la representación la participación del público (la tos del espectador forma parte de la representación), quejarse del comportamiento de la gente me parece hipócrita. Cage, cuando comenta los conciertos, es muy coherente: si no le gusta cómo sale una obra, suele hacer referencia a las expectativas que tenía y no a los culpables, cosas que Joan Retallack sí hace.

También tenemos esa actitud alienada respecto a la sociedad, por la cual se habla del tema del libro (la música experimental de Cage, su concepción, realización y difusión) obviando que el mundo entero no gira en torno a ello. Se omite con facilidad el mundo de la música y su público fuera de las intervenciones experimentales en museos selectos, que en ocasiones parece retratarse en las conversaciones como el único escenario válido o de interés real para la cuestión que se discute. Me parece un error, ya que la música experimental en esos circuitos es inaccesible para el grueso de la población. A mí me interesa por circunstancias personales, a las que he llegado porque mi curiosidad o mis contactos me han metido en jardines peculiares, pero casi podríamos concluir que no es material de dominio público. Y, sin embargo, se sacan conclusiones sobre su impacto en el espectro cultural como si fuera lo más común.

Y, para terminar, la guinda de lo más terrible que me ha dejado el libro: la frustración experimentada mientras leía la parte más intensa e interesante del texto. En un punto dado durante las conversaciones, John Cage trabaja en directo junto a un músico virtuoso, Michael Bach, para elaborar una de sus futuras piezas musicales (que de hecho quedó inconclusa debido a su muerte pocas semanas después). Si bien es un momento muy interesante del libro porque te transmite, palabra por palabra (traducción aparte), una muestra genuina de cómo trabajaba Cage... la falta de fotografías o anexos intercalados en esa parte de la narración dificultan seguir debidamente el contenido de la conversación, ya que no tienes una referencia inmediata a las anotaciones que Cage está haciendo y explicando simultáneamente.

Me esfuerzo lo indecible por concluir que todo es culpa de la forma del libro tal y como lo he experimentado. Probablemente en otro formato, mi relación con el texto habría sido distinta. Actualmente es un amor-odio con el que cada vez estoy más convencido de que no hay amor en realidad. Una lástima... pero también una gran satisfacción. Me gusta ver que mi criterio madura hasta el punto de abandonar mi antigua faceta de eterno conformista y transigente. Después de tantos años, me empezaba a frustrar la ya habitual expresión de "me cuesta mucho aclarar cuáles son mis libros favoritos, porque en general todo lo que leo me parece bueno". No, no es verdad que no sepa identificar un libro que me parezca malo. Es más: recientemente empecé a releer "Memorias de Idhún", de Laura Gallego García. Y tampoco me está pareciendo bueno, aunque por motivos diferentes.

Probablemente hable un poco sobre esa trilogía más adelante.

Espero que esta lectura os haya resultado interesante. Como ya comenté anteriormente, estaré encantado de responder a cualquier duda o cuestión que queráis plantearme a través de los comentarios.

Un saludo a todos.

lunes, abril 18, 2016

Crónica de la 2ª edición de ENDEI

Fui a Castellón el sábado 16 para participar en el II ENDEI (Encuentro Nacional de Editoriales Independientes). Evento del que os voy a narrar una crónica articulada tras introducir dos pequeñas puntualizaciones:

· las editoriales independientes eran editoriales medianas, pequeñas o minúsculas (una de ellas acaba de empezar este año editando la primera obra de su catálogo), algunas de las cuales me han resultado especialmente interesantes;

· yo quería ir a participar, pero una serie de desafortunadas casualidades me impidió inscribirme en el caramelito del evento: las sesiones de speed dating organizadas con las editoriales participantes.

Llegué a la ciudad a media mañana, justo después de que concluyese oficialmente el speed dating. Me encontré con Laura, amiga de NaNoWriMo, y estuve con ella y su profesora Vero charlando en una terraza sobre odiseas editoriales protagonizadas por la maestra. Nos despedimos de Vero y nos sumamos a una discreta muchedumbre que se cobijaba bajo un par de sombrillas cuadradas en la Plaza de la Pescadería para una charla sobre poesía ("Poesía, la edición en verso"), que pillé empezada. Allí me encontré con otras dos amigas de NaNoWriMo, Isa y Anxo. El tono de la charla fue bastante informal y distendido. No excesivamente revelador, cierto, pero me quedé con la misma sensación que en los coloquios posteriores, como luego contaré.

Pausa para la comida. Laura y yo, necesitados de un suministro calórico low-cost, optamos por El Rincón del Bocata, en el cual compartimos un par de platos vegetarianos muy apetitosos. Durante la comida hablamos largo y tendido sobre nuestra gran inquietud común: el contacto durante el speed dating con las editoriales (al menos por su parte, que sí que estuvo metida en el ajo).

Yo me lamenté profundamente de mi ausencia. Mi indiferencia respecto a la hora de llegada a Castellón venía motivada principalmente por un error mío: no me había enterado de que había que preinscribirse para el speed dating hasta que ya era demasiado tarde, momento en el cual deseché por completo mis opciones de participación. Laura aprovechó la ocasión para explicar que muchos autores se habían colado en los encuentros exprés, algo que yo me vi obligado a descartar porque realmente no me parecía la mejor carta de presentación para una toma de contacto con un posible, futuro editor, alguien a quien debo entrarle bien por los ojos. Por un instante sopesé la alternativa de hablar informalmente con algún editor durante las charlas de la tarde. No me parecía una idea tan descabellada...

Los eventos programados después de comer empezaron con polémica. La mesa redonda "El esplendor del cuento" fue inaugurada por un beligerante epitafio cortesía de uno de los editores participantes: "yo no entiendo de dónde sale ese esplendor del cuento, si el cuento no vende una mierda". Si bien el tono del órdago arrancó alguna risita complicente, el objetivo y efecto no fue tanto el de romper el hielo como el de lograr que este personaje se sintiera en su salsa... tras lo cual se envalentonó, ofreciendo a la parroquia una serie de sentencias a cual más categórica: una valoración totalmente destructiva sobre el género del microrrelato ("gente que escribe unos chistes") consiguió que tanto Isa como Anxo se levantaran de la silla para explorar otras zonas más hospitalarias de Argot, la librería donde tenía lugar el encuentro. Apenas 20 minutos después de empezar, sus intervenciones habían logrado incluso arrancar un "no" unánime del público; acto seguido, el editor se excusó y tuvo que dejar las brasas candentes, a tiempo para eludir un último soplo de fuelle que habría hecho arder la librería.

Por desgracia, en mi opinión, esta marcha provocó una ruptura total del transcurso de la mesa redonda, que se reconvirtió en un Q&A improvisado con uno de los otros editores, más moderado, tocando muy tangencialmente el tema titular (sólo se quedó él, el tercer editor también tuvo que marcharse; creo que ambas ausencias venían motivadas por cuestiones de transporte). No sé muy bien por qué pero me esforcé con un par de preguntas para reconducir la charla, aunque en vano, así que me limité a escuchar y captar cuanto pudiese sacar de utilidad en medio del batiburrillo. Las cosas como son: rápidamente tuve la sensación de ser la única persona interesada en seguir hablando sobre cuentos, mientras que la indignación provocada por el primer editor había quitado a todo el mundo el tema central de la cabeza... y nadar a contracorriente se volvió absurdo. Y, puesto que tampoco era un tema que me tuviese despierto por las noches, no tuve que lamentar una gran pérdida (eso sí, tomé notas de autores de cuentos para consultar).

Poco después hubo una breve sesión de presentación de editoriales: 15 minutos para que cada una introdujese su línea editorial y comentase algunos de sus logros, novedades y objetivos. Alpha Decay y Ya lo dijo Casimiro Parker me parecieron muy interesantes por su carácter extraordinario, rompedor en sus propuestas e intenciones. Versátil, si bien era más convencional, eligió muy bien a su representante: un hombre gigante con una voz gravísima (me dio mucha envidia su potencia vocal... no necesitaba micrófono, una cosa fantástica) con mucho carisma y un discurso muy casual pero conciso. Les hice algunas preguntas, la última de las cuales provocó un efecto totalmente indeseado: desencadenó el tercer evento programado, una mesa redonda titulada "El libro en papel frente al libro electrónico".

Esta mesa redonda, mucho más intensa, empezó como respuesta a mi pregunta sobre las preferencias de cada editorial respecto a la edición digital, porque sinceramente tenía muchísimo interés en saber cómo gestionaban la publicación de obras en ese formato ("si en un futuro puedo tratar con ellas, necesito saber cómo lo hacen"). Evidentemente, no todas las editoriales funcionaban igual y ni siquiera había consenso en cuanto a dónde residía la utilidad del soporte digital para todos. Por ejemplo, la editora de Alpha Decay comentó que sólo habían valorado hasta el momento la edición digital porque tenían bastante demanda de sus publicaciones en Latinoamérica, pero distribuir allí en papel salía carísimo; sin embargo, fuera de ese motivo, muchas de sus obras ni siquiera se podrían trasladar al formato ebook (su best-seller, "La casa de hojas" de Mark Danielewski, es un libro que tiene fragmentos en Braille, en Morse, invertidos para leerlos con un espejo, maquetación imposible...). Por otro lado, la editorial Tolstoievski (mi flechazo particular de este evento, la editorial recién empezada) sí estaba abierta a trabajar desde la base con ese formato como una alternativa más que no tiene por qué pisar al papel.

Estas preguntas se convirtieron en el inicio de la mesa redonda, una charla muy interesante con perspectivas diferentes por partes de los invitados aunque todas bastante conciliadoras. Si bien no había fuertes detractores de ninguno de los dos formatos, sí se podían ver posturas opuestas muy coherentes que aportaron mucha profundidad al debate.

Llegados a este punto, aunque en esta mesa quizás fue donde menos tuve esa impresión, cabe destacar que los editores son figuras muy curiosas en general (entiéndase el calificativo en el mejor sentido posible). Por un lado está el rasgo más característico: hablan del mundo de los libros desde dentro y tienen una visión muy específica de cómo funcionan las cosas, relacionada directamente con lo que ellos tratan a diario en su trabajo. La mayoría se sienten muy cómodos hablando en las mesas de datos sobre su producción editorial que yo no me esperaba oír con tanta transparencia, como tamaño de las tiradas de sus ediciones, precios e incluso algún dato de costes... También reflexiones personales sobre motivos detrás de alguno de sus libros en catálogo ("a veces editas una obra porque, aunque sabes que no va a vender nada o casi nada, piensas que se lo merece más que muchos de tus best-sellers") que me parecieron muy humanas y reveladoras.

Por otro lado, me parece muy destacable que los editores de géneros específicos miman mucho al perfil de sus lectores. Da igual que escuchases a Pre-Textos hablando de poesía o a Zorro Rojo hablando de cuentos: para todos, el lector  de su género es "un tipo de lector especial, más delicado, que sabe lo que busca". Siempre, por supuesto, en comparación con los lectores de novela, aunque en cierto modo no es de extrañar: todos los géneros de menor volumen de ventas en comparación con la novela, que es el mayoritario, pueden encajar en dicha descripción sin tener que pillarte mucho los dedos. Ahora bien, era como mínimo simpático oír a editores distintos decir lo mismo sobre sus respectivos públicos en eventos diferentes.

En resumen, pensando en los distintos eventos desarrollados durante la jornada, creo que hubo un gran defecto que se hizo patente en todas las actividades: hacía falta un MODERADOR. En más de una ocasión tuve la sensación de que los organizadores del evento habían soltado a los editores como pollos descabezados en las mesas redondas, sin darles una pauta sobre el tema a tratar más allá del título. Quizás lo más productivo habría sido estructurar las mesas redondas en torno a una batería de preguntas o una serie de temas que barrer para evitar los momentos de duda de los participantes respecto a por dónde tirar o si es que quedaba algo más que añadir. Las rondas de preguntas también fueron muy escuetas en general y no se puede culpar a nadie: convertidos todos los coloquios en una especie de divagación intermitente, aunque los datos interesantes no faltaban, no se lograba crear una corriente que fluyese de principio a fin en todo momento. Aun así, la buena intención de la mayoría de participantes permitió arrojar como mínimo un par de destellos sobre la figura, hasta entonces anónima y sombría, que yo conocía de los editores.

Finalizada la mesa redonda, concluyeron los eventos de la tarde y, para un servidor, la participación en ENDEI. Cogí el tren de cercanías y volví de noche a Valencia, redactando estas líneas en un pequeño cuaderno de bambú que estrené en el viaje.

Y así llegamos a la situación actual, dos días después de la visita a Castellón. Anoche, motivado por el reciente descubrimiento de la aplicación Writeometer gracias a Isa (con la que viajé de regreso a Valencia), continué con el algo abandonado reto de CampNaNo. Este año he pasado el escalón de la inscripción y he conseguido progresar en la escritura, superando las 500 palabras del modesto reto de 5000 que me había propuesto alcanzar.

Saco el tema a colación porque el tema de mi proyecto no es otro que la revisión de mi segundo libro, el cual está actualmente en fase de revisión y finalización del borrador parcial. Pensándolo bien, ¿quizás era un poco pronto para hablar con los editores? Quiero pensar que no porque el plan que yo tenía en mente era bastante claro: conseguir el interés de una editorial para que, apoyado en su experiencia, pudiese trabajar mano a mano con ellos en acabar mi manuscrito. Lástima que esta cuestión, sobre la cual reflexioné de regreso a Valencia, no me viniera a la mente durante la ronda de preguntas de las presentaciones de editoriales: entonces habría averiguado si lo que yo pretendía conseguir estaba dentro de la actividad editorial que ofrecían en ENDEI... o si estaba mirando en la dirección equivocada.

En cualquier caso, y sin ser un hito en mi vida que haya transformado mis esquemas de la realidad, la experiencia en ENDEI ha sido constructiva y motivadora. Recomiendo la participación de todos los lectores interesados en sus futuras ediciones, a las cuales no descarto en absoluto asistir.

Gracias a los organizadores y asistentes y, por supuesto, gracias a las personas con las que compartí el día.


Espero que esta lectura os haya resultado interesante. Como ya comenté anteriormente, estaré encantado de responder a cualquier duda o cuestión que queráis plantearme a través de los comentarios.

Un saludo a todos.

martes, marzo 29, 2016

El justiciero ecológico de Villalágrimas-Narcomoebia, parte dos

Un trozo muy grande de una teja cerámica que está rota y yace junto a un sumidero de alcantarilla. Una lata de cerveza Adlerbrau. Un brik de zumo de frutas y leche vacío y ligeramente descolorido por la exposición al sol. El justiciero se ha hecho hoy con un botín del que está especialmente orgulloso. Ante mis preguntas curiosas, responde con todo lujo de detalles, como un conferenciante dando una clase magistral altamente esperada.


—¿Te has fijado en la boca de alcantarilla de donde he cogido la teja? Pues es una pasada, una puta pasada, chaval. Porque yo he llegado y la he visto con toda la mierda encima, que bien podría taponarla si lloviera, y en el momento de coger este trozo grande de teja he visto con total claridad a dónde me lleva lo que estoy haciendo. Claro: he cogido el trozo más grande, lo más notable de toda la basura que había ahí. Normal que sin él de repente se vea otra cosa. Y eso es precisamente lo que yo espero de esta misión: que llegue el día en el que cruce esta puta pasarela mirando al suelo y lo vea todo limpio. Nunca estará limpio del todo, porque esto está pavimentado como el culo y cuando no quede mierda seguirá habiendo polvo y barro... pero el cambio se notará mucho y se agradecerá, vamos que si se agradecerá...

Me hace mucha gracia la inocencia con la que me habla de ese objetivo suyo. Intento, con todo el tacto que logro reunir, explicarle cómo son las cosas: la gente seguirá tirando basura y el sitio nunca estará limpio del todo. El justiciero se queda callado y me mira con intensidad. En sus ojos marrones puedo leer una frase, tan nítida como si me la estuviese gritando a un palmo de la cara: "ya lo sé".

—Pero sigues limpiando, a pesar de todo.
—Evidentemente: si nadie limpia pero la escoria sigue tirando mierda aquí, en un par de meses no se podrá ni andar por esta acera.
—Gran favor que le estás haciendo a los vecinos, ¿no es cierto?
—Pues sí... Demasiado grande, diría yo: no creo que nadie de por aquí se lo merezca.

Su respuesta me pilla por sorpresa. Le pido una explicación, pero no consigo que me diga nada durante el resto del camino. Intento abordarlo con varias preguntas, pero se limita a ignorarme o a quejarse de que estoy en medio y no le dejo hacer bien su trabajo. Su obstinación me irrita, pero me callo para evitar que la cosa vaya a peor.

Cuando cruzo la pasarela para entrar en la parada del tren, me silba antes de que atraviese la puerta automática.
—¿Tienes mucha prisa hoy?
—¿Disculpa?— le replico de mala gana.
—Que si tienes prisa por irte ya con el tren. Si te quedas hasta que anochezca, te enseño algo.

Qué oportuno: el justiciero quiere enseñarme la noche. Dudo entre sentirme maravillado o insultado por el tufillo cinematográfico de su proposición. Le observo en busca de alguna pista, pero no hay nada en él que me haga sospechar. Bien mirado, el justiciero ecológico no puede ser más honesto y transparente: un chico joven, bajito, fondón y calvo, que viste ropa ancha y vieja y me mira mientras sostiene basura en una mano.

—No quiero llegar demasiado tarde a Valencia y los trenes pasan cada hora. ¿Te basta si me quedo hasta que pase el de las nueve y media?
—Suficiente. Es que... joder, me sabe mal lo de antes y no eres mala gente, no quiero que pienses mal de mí. Quédate y así te explico un poco de qué va la cosa.
—De qué vas tú, más bien— contesto mientras me alejo de la puerta de la estación en dirección a él.

·     ·     ·

Son las ocho y cinco y empiezo a mirar el reloj con impaciencia. Estamos a escasos doscientos metros de la parada del tren, pero prefiero esperar en el andén, a un paso de la puerta de los vagones, antes que allí fuera... en mitad de ninguna parte:



domingo, enero 31, 2016

El justiciero ecológico de Villalágrimas-Narcomoebia, parte uno

Voy a Narcomoebia una vez por semana, a dar clases particulares a varias alumnas. Es un viaje más o menos rentable, si bien acaba consumiendo casi todo mi día y me devuelve a casa por la noche muy cansado y con ganas de poco.

Para ir, como no vivo en esa localidad, me veo obligado a usar transporte público costeado por mis alumnas. Paro en la estación de Villalágrimas-Narcomoebia, uno de esos lugares que el justiciero ecológico es incapaz de ignorar. No es el único sitio de esta índole que se puede hallar en la geografía nacional. En este país somos expertos en crear estos pequeños reductos de inmundicia que pasan totalmente desapercibidos, hasta el punto de que me atrevería a apostar que los servicios municipales no son ni tan solo conscientes de su evidente negligencia.

Quien haya paseado alguna vez junto a una huerta lindante con una gran ciudad o quien haya caminado por las aceras solitarias de las rotondas muertas en el extrarradio conoce el panorama que el justiciero se encontró al llegar a Villalágrimas-Narcomoebia. Allá donde mires encuentras basura tirada por el suelo, botellas de agua y envoltorios de todo tipo, así como latas de cerveza y refrescos que ya llevan años abandonadas en la cuneta y que los agentes atmosféricos han ido degradando poco a poco sin llegar a eliminarlas del todo. Se trata de cantidades nada desdeñables de residuos que quedan fuera de las rutas de los servicios de limpieza, o lejos de las ganas y obligaciones de los barrenderos y barrenderas que quizás pasen por allí ocasionalmente durante sus turnos de trabajo.

Y el justiciero ecológico entró en acción. Armado con un par de guantes de plástico del Mercadona, de esos que debes utilizar para seleccionar la fruta en la sección de vegetales, este enigmático personaje actúa cuando cae el sol. Al marcharse de Narcomoebia y sorprendido ocasionalmente por camiones peregrinos que invaden la rotonda de la estación del tren, el justiciero se enguanta las manos, recoge un par de objetos del suelo y los cruza al otro lado del paso elevado, donde los deposita en una papelera específica.

Aún queda mucho por limpiar. El justiciero no tiene prisa: al fin y al cabo, su justicia es subjetiva y solo hace lo que él cree que está bien hecho. Además, claro está, no piensa sacrificar un tren que esté llegando por recoger un par de latas extra. No, amigos y amigas, el justiciero es como es y el porqué de sus actos no está del todo claro.


Yo he hablado con él recientemente. Me lo crucé en la rotonda, a oscuras, recogiendo una cantidad especialmente grande de basura. Me dijo que acababa de empezar con aquella empresa, que estaba siendo testigo de su segunda intervención. Quizás por lucirse delante de mí, en vez de coger un papel pequeño o un brik de zumo cogió una bolsa de plástico blanca que contenía unas cuantas cosas y una botella de agua de litro y medio vacía y chafada. Casi se me escapa preguntarle que por qué no cogía nada más, ya que estaba... y, para qué engañar a nadie, realmente se me escapó.

—¿Pero tú de qué coño vas, tío listo? ¡Encima de que no tengo por qué hacer esto y vienes tú a soltarme esas mierdas? ¡Recoge tú también, si crees que no me estoy llevando suficiente mierda!

Me quedé muy quieto y noté cómo se me calentaban las orejas. Si bien es cierto que yo no voy tirando cosas por el suelo y no veo por qué tendría yo que recoger la porquería de los demás... supuse que él estaba en una situación similar a la mía. Entiendo cómo piensa: le da rabia que la gente sea tan sucia y piensa que dar ejemplo es la mejor forma de corregir la situación. Sin dudarlo, miré a mi alrededor y me agaché para coger un cartón de una huevera que yacía junto a un murete de hormigón.

Pero él me detuvo, pidiéndome que no lo cogiera.

—Esta rotonda es cosa mía. Búscate otra, que las hay, no tienes que esforzarte mucho buscándolas. Además, no vienes debidamente equipado. Deberías llevar, por lo menos, un par de guantes y una linterna.
—Tú no llevas linterna, no sé cómo te ves —le dije con tono conciliador, intentando que sonase como un cumplido por su buena visión nocturna.
—Es que he caído ahora en lo bien que me vendría. Cuando sea verano, que a estas horas todavía habrá sol, no será necesaria... pero ahora que es noche cerrada vendría bien, aunque sea por seguridad.


Es un tipo peculiar, este justiciero ecológico. Supongo que me lo encontraré todavía en varias ocasiones: aunque en sus tres primeras visitas ya ha quitado bastante basura, la rotonda sigue hecha una porquería. Puede que llegue el verano y ya no necesite su linterna.

(Continuará).

Evidencia 1. Bajo las escaleras de la pasarela, lado de Narcomoebia.