martes, marzo 29, 2016

El justiciero ecológico de Villalágrimas-Narcomoebia, parte dos

Un trozo muy grande de una teja cerámica que está rota y yace junto a un sumidero de alcantarilla. Una lata de cerveza Adlerbrau. Un brik de zumo de frutas y leche vacío y ligeramente descolorido por la exposición al sol. El justiciero se ha hecho hoy con un botín del que está especialmente orgulloso. Ante mis preguntas curiosas, responde con todo lujo de detalles, como un conferenciante dando una clase magistral altamente esperada.


—¿Te has fijado en la boca de alcantarilla de donde he cogido la teja? Pues es una pasada, una puta pasada, chaval. Porque yo he llegado y la he visto con toda la mierda encima, que bien podría taponarla si lloviera, y en el momento de coger este trozo grande de teja he visto con total claridad a dónde me lleva lo que estoy haciendo. Claro: he cogido el trozo más grande, lo más notable de toda la basura que había ahí. Normal que sin él de repente se vea otra cosa. Y eso es precisamente lo que yo espero de esta misión: que llegue el día en el que cruce esta puta pasarela mirando al suelo y lo vea todo limpio. Nunca estará limpio del todo, porque esto está pavimentado como el culo y cuando no quede mierda seguirá habiendo polvo y barro... pero el cambio se notará mucho y se agradecerá, vamos que si se agradecerá...

Me hace mucha gracia la inocencia con la que me habla de ese objetivo suyo. Intento, con todo el tacto que logro reunir, explicarle cómo son las cosas: la gente seguirá tirando basura y el sitio nunca estará limpio del todo. El justiciero se queda callado y me mira con intensidad. En sus ojos marrones puedo leer una frase, tan nítida como si me la estuviese gritando a un palmo de la cara: "ya lo sé".

—Pero sigues limpiando, a pesar de todo.
—Evidentemente: si nadie limpia pero la escoria sigue tirando mierda aquí, en un par de meses no se podrá ni andar por esta acera.
—Gran favor que le estás haciendo a los vecinos, ¿no es cierto?
—Pues sí... Demasiado grande, diría yo: no creo que nadie de por aquí se lo merezca.

Su respuesta me pilla por sorpresa. Le pido una explicación, pero no consigo que me diga nada durante el resto del camino. Intento abordarlo con varias preguntas, pero se limita a ignorarme o a quejarse de que estoy en medio y no le dejo hacer bien su trabajo. Su obstinación me irrita, pero me callo para evitar que la cosa vaya a peor.

Cuando cruzo la pasarela para entrar en la parada del tren, me silba antes de que atraviese la puerta automática.
—¿Tienes mucha prisa hoy?
—¿Disculpa?— le replico de mala gana.
—Que si tienes prisa por irte ya con el tren. Si te quedas hasta que anochezca, te enseño algo.

Qué oportuno: el justiciero quiere enseñarme la noche. Dudo entre sentirme maravillado o insultado por el tufillo cinematográfico de su proposición. Le observo en busca de alguna pista, pero no hay nada en él que me haga sospechar. Bien mirado, el justiciero ecológico no puede ser más honesto y transparente: un chico joven, bajito, fondón y calvo, que viste ropa ancha y vieja y me mira mientras sostiene basura en una mano.

—No quiero llegar demasiado tarde a Valencia y los trenes pasan cada hora. ¿Te basta si me quedo hasta que pase el de las nueve y media?
—Suficiente. Es que... joder, me sabe mal lo de antes y no eres mala gente, no quiero que pienses mal de mí. Quédate y así te explico un poco de qué va la cosa.
—De qué vas tú, más bien— contesto mientras me alejo de la puerta de la estación en dirección a él.

·     ·     ·

Son las ocho y cinco y empiezo a mirar el reloj con impaciencia. Estamos a escasos doscientos metros de la parada del tren, pero prefiero esperar en el andén, a un paso de la puerta de los vagones, antes que allí fuera... en mitad de ninguna parte: