martes, marzo 31, 2015

La luz residual de mi lámpara LED

Se hace de noche y me voy a dormir. Me tapo lo justo, incluso en invierno, porque tengo mucho calor durante todo el año y esta noche no es una excepción a la regla. Quedo tumbado boca arriba sobre el colchón seminuevo, fingiendo que ésa es la postura en la que caeré rendido al sueño.

Y, de repente, un chispazo capta mi atención. Literalmente, un chispazo. La bombilla que ilumina mi dormitorio, la que he apagado hace dos minutos, brilla por un instante como si hubiese recibido un calambrazo. Evidentemente me pongo alerta: soy la persona más miedosa del mundo cuando se trata de lidiar con asuntos extraterrestres (entiéndase como sinónimo de eléctricos; a efectos prácticos son adjetivos totalmente equivalentes en el contexto de mi singular persona). Pasa el tiempo y no sucede nada... hasta que vuelvo a pillar a la maldita lámpara en su chisporroteo instantáneo.

Me resulta inquietante, mucho, lo suficiente como para imaginarme ahí, tumbado en la cama, en el mismo momento en que la bombilla explota y un pequeño arco de tensión se hace visible en torno al casquillo pelado mientras los fragmentos de vidrio llueven sobre mis sábanas. No necesito mucho más, la psicosis ya está servida.


·   ·   ·


Un par de semanas más tarde, mi novia se queda a dormir en casa. Por la noche, cuando nos vamos a dormir, nos quedamos un rato hablando en la cama. Yo hago como que estoy atento a lo que me está diciendo (y lo estoy, de verdad), pero en realidad no aparto los ojos del techo. En cuanto la bombilla me hace el primer guiño, estiro el brazo rápidamente y la señalo.


—¿Lo has visto, no?
—¿Eh? ¿Visto qué?
—La bombilla, que se ha encendido por un segundo.

En la penumbra del dormitorio —porque con el patio interior de luces al que da mi cuarto es imposible estar a oscuras de verdad— puedo percibir su mirada y la expresión derrotada de su rostro, que dice "podía haberme buscado uno más listo, pero qué le vamos a hacer, me pilló en un día tonto".

—Tú sabes que eso es por la bombilla, que es de LED, ¿no?— dice con solemnidad, como sentando cátedra.
—No, es que me están espiando.

Y se ríe, mucho, con ganas. Tan tranquila. Yo me quedo a cuadros, claro, porque se lo digo muy en serio. O quizá no tanto...

—Claro que sí, Mata Hari —murmura mientras me da un beso en la mejilla—. Mañana te compro papel Albal y te hacemos un gorro anti-satélites.

Yo no digo nada y me quedo tumbado boca arriba, enfurruñado, mientras ella se gira para dormir. Pero me quedo satisfecho, con la mirada perdida en un firmamento de yeso y estrellas fugaces de bajo consumo, porque la he hecho reír y ha merecido la pena.

lunes, marzo 30, 2015

Haciendo equilibrios en (o lejos de) el final

Este post corresponde al que me hubiera gustado publicar el mes pasado, febrero, y que quedó en el aire. El hecho de que vea la luz ahora y no entonces es significativo porque me permite abordar un tema que se ha desarrollado —y, de hecho, está pendiente de resolución— en el momento de escribir estas líneas.

Este año lectivo 2014/2015 es el séptimo de mi paso por la Universidad Politécnica de Valencia estudiando la carrera de Arquitectura. Puede o quizá podía ser el último. En febrero la frase anterior habría sido menos dubitativa, pero las circunstancias ahora no lo son.

La convocatoria del mes de marzo para la asignatura de Proyectos 3, única asignatura de cuarto que no he aprobado todavía de la carrera (y una de las tres asignaturas que he matriculado este año junto con el proyecto final de carrera para concluir los estudios), ha sido un fracaso sangrante y desmoralizador. Aunque no la preparé con tanto tiempo como esperaba, el resultado me pareció especialmente bueno comparado con mi trayectoria proyectual a lo largo de los últimos años. Aun así, mi esfuerzo no sólo no bastó para llegar al aprobado: se ha quedado en un suspenso muy bajo. El resultado no sólo me parece indignante, sino que además me ha pillado con la guardia baja y me he hundido bastante. Los planes que había hecho para terminar la carrera este curso se han vuelto muy inciertos y borrosos a una velocidad vertiginosa; parece incluso que se esfuma la posibilidad de terminar los estudios en el Plan de 2002 y empezar el doctorado en otoño de 2015.

Ahora mismo escribo este texto como una de las pocas cosas de ocio/entretenimiento que no me he prohibido de forma provisional hasta que la situación se enderece un poco y vuelva a ver luz al final del túnel. No me gusta nada la disposición actual de las variables que se manejan en mi futuro universitario y menos aún la influencia real que parece estar en mi mano para modificarlas. Ésta no es una situación cómoda para mí en absoluto. No sé muy bien cómo puede cambiar esto a corto plazo, pero las alternativas son escasas.

Lo mejor que podría pasarme, y a la vez lo más improbable, es que la revisión de mi nota en esta convocatoria de Proyectos 3 arroje un aprobado que yo creo que mi proyecto puede merecer sin necesidad de maniobras sofisticadas ni veredictos rebuscados. La balanza del curso se volcaría violentamente a mi favor y volvería a tener control real de cómo avanzar hacia el final inminente.

Lo más probable y más estresante es que la revisión no sirva virtualmente para nada. En cuyo caso no tendré opción de preparar mi proyecto final de carrera para entregarlo en junio, puesto que tendré que esperar a entregar de nuevo Proyectos 3 en julio y aprobarla entonces para garantizar mi permanencia en el Plan 2002. Si no apruebo Proyectos 3 en esa última convocatoria, debo decir hola al Plan Bolonia. Y no he estado siete años en la universidad para necesitar un octavo curso convertido en un adolescente de 25 años que tiene que firmar asistencia al entrar a clase como si hubiera vuelto al instituto. El sistema de grados universitarios me parece una chapuza mal confeccionada que solo sirve para vomitar infratitulados a un mundo que no los quiere ni los necesita. Y no entra dentro de mis planes pasar por ahí. Lo haré si no me queda alternativa, es decir, si suspendo ahora, pero no me sentiré satisfecho ni realizado ni nada por el estilo.

Por último, lo más triste de toda esta situación sería la necesidad de aparcar o abandonar mi ingreso en un programa de doctorado el curso que viene. Una idea prometedora teniendo en cuenta mi interés por la investigación y la permanencia en el mundo académico. Me gusta la docencia y llegar a ser profesor en la universidad podría ser algo muy interesante. Quizá dedique un post a hablar un poco sobre mis aspiraciones y objetivos; creo que mi perspectiva y lo que tengo que decir puede ser muy interesante para quienes tengan curiosidad sobre la universidad y cómo creo que debería entenderse.

En cualquier caso, la situación es la que he expuesto en los párrafos previos. No me gusta, no me siento cómodo en ella y sinceramente no tengo ganas de afrontarla, aunque estoy en ello. Espero poder arrojar algo de esperanza y optimismo próximamente en este pozo que he cavado en tan poco tiempo.

Saludos.