domingo, enero 31, 2016

El justiciero ecológico de Villalágrimas-Narcomoebia, parte uno

Voy a Narcomoebia una vez por semana, a dar clases particulares a varias alumnas. Es un viaje más o menos rentable, si bien acaba consumiendo casi todo mi día y me devuelve a casa por la noche muy cansado y con ganas de poco.

Para ir, como no vivo en esa localidad, me veo obligado a usar transporte público costeado por mis alumnas. Paro en la estación de Villalágrimas-Narcomoebia, uno de esos lugares que el justiciero ecológico es incapaz de ignorar. No es el único sitio de esta índole que se puede hallar en la geografía nacional. En este país somos expertos en crear estos pequeños reductos de inmundicia que pasan totalmente desapercibidos, hasta el punto de que me atrevería a apostar que los servicios municipales no son ni tan solo conscientes de su evidente negligencia.

Quien haya paseado alguna vez junto a una huerta lindante con una gran ciudad o quien haya caminado por las aceras solitarias de las rotondas muertas en el extrarradio conoce el panorama que el justiciero se encontró al llegar a Villalágrimas-Narcomoebia. Allá donde mires encuentras basura tirada por el suelo, botellas de agua y envoltorios de todo tipo, así como latas de cerveza y refrescos que ya llevan años abandonadas en la cuneta y que los agentes atmosféricos han ido degradando poco a poco sin llegar a eliminarlas del todo. Se trata de cantidades nada desdeñables de residuos que quedan fuera de las rutas de los servicios de limpieza, o lejos de las ganas y obligaciones de los barrenderos y barrenderas que quizás pasen por allí ocasionalmente durante sus turnos de trabajo.

Y el justiciero ecológico entró en acción. Armado con un par de guantes de plástico del Mercadona, de esos que debes utilizar para seleccionar la fruta en la sección de vegetales, este enigmático personaje actúa cuando cae el sol. Al marcharse de Narcomoebia y sorprendido ocasionalmente por camiones peregrinos que invaden la rotonda de la estación del tren, el justiciero se enguanta las manos, recoge un par de objetos del suelo y los cruza al otro lado del paso elevado, donde los deposita en una papelera específica.

Aún queda mucho por limpiar. El justiciero no tiene prisa: al fin y al cabo, su justicia es subjetiva y solo hace lo que él cree que está bien hecho. Además, claro está, no piensa sacrificar un tren que esté llegando por recoger un par de latas extra. No, amigos y amigas, el justiciero es como es y el porqué de sus actos no está del todo claro.


Yo he hablado con él recientemente. Me lo crucé en la rotonda, a oscuras, recogiendo una cantidad especialmente grande de basura. Me dijo que acababa de empezar con aquella empresa, que estaba siendo testigo de su segunda intervención. Quizás por lucirse delante de mí, en vez de coger un papel pequeño o un brik de zumo cogió una bolsa de plástico blanca que contenía unas cuantas cosas y una botella de agua de litro y medio vacía y chafada. Casi se me escapa preguntarle que por qué no cogía nada más, ya que estaba... y, para qué engañar a nadie, realmente se me escapó.

—¿Pero tú de qué coño vas, tío listo? ¡Encima de que no tengo por qué hacer esto y vienes tú a soltarme esas mierdas? ¡Recoge tú también, si crees que no me estoy llevando suficiente mierda!

Me quedé muy quieto y noté cómo se me calentaban las orejas. Si bien es cierto que yo no voy tirando cosas por el suelo y no veo por qué tendría yo que recoger la porquería de los demás... supuse que él estaba en una situación similar a la mía. Entiendo cómo piensa: le da rabia que la gente sea tan sucia y piensa que dar ejemplo es la mejor forma de corregir la situación. Sin dudarlo, miré a mi alrededor y me agaché para coger un cartón de una huevera que yacía junto a un murete de hormigón.

Pero él me detuvo, pidiéndome que no lo cogiera.

—Esta rotonda es cosa mía. Búscate otra, que las hay, no tienes que esforzarte mucho buscándolas. Además, no vienes debidamente equipado. Deberías llevar, por lo menos, un par de guantes y una linterna.
—Tú no llevas linterna, no sé cómo te ves —le dije con tono conciliador, intentando que sonase como un cumplido por su buena visión nocturna.
—Es que he caído ahora en lo bien que me vendría. Cuando sea verano, que a estas horas todavía habrá sol, no será necesaria... pero ahora que es noche cerrada vendría bien, aunque sea por seguridad.


Es un tipo peculiar, este justiciero ecológico. Supongo que me lo encontraré todavía en varias ocasiones: aunque en sus tres primeras visitas ya ha quitado bastante basura, la rotonda sigue hecha una porquería. Puede que llegue el verano y ya no necesite su linterna.

(Continuará).

Evidencia 1. Bajo las escaleras de la pasarela, lado de Narcomoebia.