jueves, junio 12, 2008

Historias de un hombre (XI)

Perdón por haberos hecho esperar. Aunque pasa por 44 minutos, digamos que esta parte del relato la he publicado hoy, día 11 de junio de 2008, como "regalo de cumpleaños" para Merche, la mamá de Mª Carmen. Espero que te guste, y antes de que se acabe este mes colgaré la siguiente y última parte de "Historias de un hombre". (La entrega nº11 corresponde al mes pasado, de modo que para ponerme al día incluiré la 11 y la 12 este mismo mes en el blog).

Saludos a todos y perdón por las molestias.

Cuando eres un cuerpo desnudo que está junto a otro cuerpo en igual situación, ambos tumbados en una cama y uno encima del otro… ¿acaso importa el resto del mundo? Él no tiene espacio en su mente para otra cosa. Ella, la verdad, tampoco. Hay que dejarse llevar.

Desde la entrada del dormitorio, unos vaqueros y unos zapatos de tacón observan como ella contesta una intensa mirada con otra igual; todo se responde en el perímetro delimitado por el colchón: besos, caricias. Un gemido discreto y muy sensual desata sentimientos incontrolados del mismo modo que un fuelle gigantesco es capaz de avivar el fuego de una caldera.

Desde la cómoda donde normalmente él deja –o al menos dejaba- el dinero con el que llegar a fin de mes, una camisa de hombre ve cómo dos personas se funden en un solo ser, un ente con cuatro ojos, cuatro orejas, cuatro pies, dos bocas, dos lenguas, dos caderas, muchos dientes, muchas hormonas, mucha saliva, mucho sudor (no un sudor desagradable, sino uno que puede llegar a parecer aromatizado debido a la situación),… mucho “mucho”.

No es una ocasión para un “te quiero” digno de cualquier película romántica (preferiblemente hollywoodiense); el turno del sentimentalismo llegará dentro de varias horas, cuando el sol empiece a iluminar la habitación y uno de los dos juguetee con el pelo del otro que aún duerme. De momento sólo se aceptan los “bésame” como únicas expresiones capaz de fusionar el amor y el sexo… Y se besan, se besan con ansia, como si el mundo y a estuviera a punto de acabarse y en apenas segundos el techo fuera a derrumbarse sobre la cama, se acarician, él acaricia su cuello con la mano y luego la desliza por el pecho, marcando el camino que trazan sus dedos con los labios, por el abdomen, explayándose con el ombligo y, finalmente, con el borde elástico de la ropa interior.

Ella le ayuda, se lo pone fácil para terminar de desnudarla. Apenas unos segundos después, la ropa interior de los dos yace sobre el suelo, junto a la cama, a poca distancia de los zapatos. Él la coge por la cintura, se desliza entre sus piernas, la mira con deseo y ella lo mira y asiente; sólo entonces él da un paso más, un paso por el cual ella abre primero los ojos debido al dolor y los cierra después cuando la sensación se transforma en placer. A partir de ese momento se inicia un vaivén rítmico, lento al principio y más rápido después, cada vez más vertiginoso y acelerado, hasta el punto en que la cama empieza a resentirse y se mueve al compás de los cuerpos unidos entre las sábanas, los gemidos y la respiración entrecortada.

Y, cuando los ríos de la adrenalina y la pasión desenfrenada vuelven a su cauce, él la abraza y le apoya la cabeza contra su pecho; ella sonríe, se siente muy cómoda, protegida, querida. Ambos se duermen acariciándose con suavidad. Una suavidad que se apaga sutilmente, dejándolos en brazos de Morfeo hasta el amanecer.

Continuará...

2 comentarios:

E. dijo...

Es de cosecha propia? Tanto si es asi como si no, me gusta.=)

Adri Phaustho dijo...

Es cosecha propia; todos los textos que publico en mi blog son de creación propia.

Me alegro de que te haya gustado, ^_^