jueves, agosto 02, 2007

Historias de un hombre

Su mirada se pierde en la noche, fría y tenebrosa, que invade la oscura calle. No puede ver más allá de la acera de su manzana, pues fuera de esos límites todo se difumina hasta acabar siendo engullido por el negro profundo e implacable. Las farolas apenas forman unos pequeños círculos en determinados puntos de la calle, refugios de la luz que aguantará el asedio de las sombras hasta el amanecer.

Contempla esta imagen del barrio donde vive y se siente abrumado. La última lata de cerveza, sujeta por sus dedos temblorosos, está vacía. La mira y la agita, y puede oír como las últimas gotas de líquido chocan con las paredes de aluminio del envase. Una vez perdido el interés por la estúpida lata, la tira por la ventana. Ésta atraviesa la calle de acera a acera y rebota contra la persiana metálica de un comercio cerrado, una tienda de discos de música heavy. Y allí abajo, abandonada en mitad de la calle, se queda la dignidad de un hombre, un hombre que ya no tiene nada que hacer, nada por lo que esforzarse.

Es joven, pues apenas ha entrado en la treintena, pero está muy apagado y descuidado: la barba de tres días acabará siendo de cinco o de seis; la camiseta interior seguirá cubriendo el musculoso torso hasta que el sudor la empape por completo y no quede más remedio que tirarla a la esquina de la ropa sucia o desecharla por lo maltrecha que está. Sus ojos grises brillaban en días mejores, pero ahora se encogen ante la tenue luz de la lámpara de pie del salón, enrojecidos y cansados como están. Su pelo está despeinado y algo enmarañado. Es un pseudo hombre, sin trabajo, sin ganas de vivir, sin aspiraciones, sin pasión… sin “sin”.

Cierra la ventana, cruza el destartalado salón y llega a la cama, uno de los pocos muebles del dormitorio junto con el armario y una cómoda. Se quita la camiseta interior, las zapatillas, los calcetines, saca el dinero que lleva en el bolsillo, cuenta los billetes y los centavos, los deja encima de la cómoda, se quita los pantalones y se sienta en un lateral de la cama. Casi desnudo, su mirada se pierde en la penumbra de la habitación, iluminada por la luz del pasillo.

No piensa, simplemente se olvida de dónde está, de quién es, de lo mal que huele su camiseta interior, de los 15,75 $ que le quedan del paro del último mes y con los que tiene que aguantar hasta dentro de 4 días. Se olvida de los anuncios del periódico que recortó esa mañana para buscar trabajo al día siguiente y que aún descansan sobre la cómoda, debajo del dinero. Se olvida de su ex-mujer, de la fachada que fue su matrimonio, del bien y el mal que le trajo el divorcio…

Se levanta, se rasca la entrepierna, apaga la luz del pasillo y se tumba en la cama. A los pocos minutos duerme profundamente. Mañana cogerá los anuncios del periódico.

Continuará...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El cuento me ha gustado.
Pero la auto publicidad da la sensación de que estás encantado de haberte conocido.
Para ser un buen escritor lo primero es la humildad, no el auto publicitarse en exceso.

Adri Phaustho dijo...

No lo veas como un exceso de narcisismo, querido anónimo; simplemente me gusta que lo que hago no caiga en saco roto.
Si algo me falta es la seguridad en uno mismo que tiene todo aquel que se cree el ombligo del mundo.

Saludos!