Se levanta a las diez de la mañana; el despertador se quedó sin pilas la semana pasada, y la falta de trabajo le quitó importancia a tener que comprar un recambio (además de que el dinero disponible no favorecía la situación).
Se quita los calzoncillos y los tira junto a la camiseta. Desnudo, cruza el pasillo hasta el cuarto de baño. Orina y se da una ducha de agua fría. Se enjabona rápidamente y exprime el bote de champú para poder extraer el poco jabón que queda dentro y lavarse el pelo. El agua le despeja la cabeza, y le hace ver lo mal que está, lo triste de su situación, lo triste de su casa, lo triste de su ropa, lo triste de su cuerpo, su triste cara, su triste mirada, el triste “triste” con el que se puede describir cada aspecto de su vida. Cuando termina de asearse, coge algo de ropa limpia del armario (lo más arreglado que encuentra entre las camisas de franela algo gastadas y los pantalones vaqueros) y avanza cansinamente por el apagado corredor hasta la puerta de la cocina. Hora de desayunar.
La nevera no está tan liquidada como el bote de champú, así que se permite una taza de café con leche… mucha leche. No come nada, sólo bebe y bebe hasta que la botella de plástico sólo conserva la mitad de su contenido inicial. Sólo entonces, guarda el recipiente en la nevera y, cuando la cierra, arranca un post-it de la puerta del frigorífico y escribe: “Pilas, champú, leche”. Lo pega en una esquina de la pequeña mesa que hay en medio de la cocina, sale de la habitación, coge el dinero de la cómoda, las llaves, los anuncios de periódico, abre la puerta, cierra con llave, baja las escaleras. Una vez fuera, saca uno de los recortes de periódico del bolsillo y lo lee.
La calle se le antoja demasiado feliz; no va con su estado anímico. La oscuridad punteada de farolas no ha dejado huellas en la calle; ahora todo es claridad y luz solar. Se para a pensar en su actitud: en si es normal, en si es anormal, en si es excesivamente pesimista, en si se puede considerar una actitud o sólo se trata de un pasotismo desenfrenado que no conoce límites, que no puede ser descrito con palabras y que no puede ser reflejado en estas líneas. Se para a pensar en todo eso, pero no le da importancia y saca un recorte de periódico. Una empresa de fontanería. Con un poco de suerte, todo sale bien… Con un poco de suerte.
Es entonces cuando la ve por primera vez. Tiene veinticinco, está convencido. Es preciosa. Melena castaña hasta los hombros, ojos de un verde místico y erótico, cuerpo perfecto, curvas perfectas, piernas perfectas, pecho perfecto… “la” perfecta.
Ella lo mira, él pone cara de interesante sin quererlo; la cara de tipo duro y misterioso es la máscara que oculta su pesar y su agonía, le devuelve la mirada, ella sonríe, lo observa de arriba abajo, se muerde el labio inferior disimulada y brevemente, entra en el patio de donde él acaba de salir y él se pregunta durante todo al trayecto hasta la fontanería que cómo es posible que esa chica no le suene de nada.
Continuará...