Él se queda perplejo. Ha sido una decisión muy rápida… Tal vez no hay otras ofertas para solicitar el puesto, o tal vez le ha caído bien, o algo por el estilo. Lo cierto es que no se lo cuestiona demasiado: el sitio está en buenas condiciones, aseado y limpio, todo lo estético que puede ser una ferretería… Una satisfacción como pocas veces ha sentido desde hace tiempo le invade, pero no lo exterioriza más que con una disimulada sonrisa y un gesto de asentimiento con la cabeza.
-Muchas gracias.
-No hay de qué, joven. ¿Podrías hacerme un favor?
-Sí, por supuesto, dígame qué quiere.
-Dos cosas: en primer lugar, quédate en la barra un momento, que voy a pasar al almacén y a lo mejor tardo un rato; no te preocupes, no te estoy pidiendo que empieces ahora mismo, puedes empezar mañana por la mañana. A las ocho aquí, ¿de acuerdo?
-De acuerdo.
-Bien… ¡Ah! Y, en segundo lugar… llámame Sam.
Él mira a Sam mientras se dirige al almacén, deja su copia del currículum en una esquina del mostrador cerca de la caja registradora y se coloca detrás del mueble al espera de un cliente. Mientras tanto, se dedica a observar con detenimiento la distribución de la tienda: todo está impecable, algo que en una ferretería es algo difícil.
Es entonces cuando se percata de que acaba de entrar un cliente en la tienda: puesto que ha dejado la puerta abierta al entrar en la ferretería, la campanita no ha tintineado.
El cliente le sorprende: entra en la tienda, saluda brevemente, mira sin mucho detenimiento las herramientas expuestas detrás del mostrador y dice que quiere comprar un taladro atornillador sin cable. Señala una caja de una marca de herramientas conocida que está en uno de los estantes superiores del escaparate y dice que es igual que el que tenía antes y que le gusta mucho, pero que el que tiene se le ha roto y necesita uno nuevo. Paga los 80$ que cuesta en efectivo y, mientras está cogiendo la caja y el cambio, Sam vuelve del almacén y se queda algo impresionado. Saluda al cliente con una sonrisa y un asentimiento de cabeza y, cuando el primero sale del establecimiento, le dice a él:
-Vaya, para el poco tiempo que te he tenido vigilando el mostrador ha salido muy rentable- y, acto seguido, se ríe con su risa confortable-. Bueno, haremos una cosa: quédate el dinero de la venta.
-¿Perdona?
-Sí, joven, has oído bien… Vamos, coge el dinero; digamos que es un pago por hacer minutos extra- y vuelve a reírse mientras abre la caja registradora, saca el dinero y se lo pone a él en la mano-. No acepto un “no” por respuesta, así que cógelo y vuelve mañana a primera hora para ayudarme a apañarlo todo, ¿de acuerdo?
Él mira a Sam perplejo; parece mentira que aún haya gente tan bondadosa en el mundo.
-¿Y por qué quieres que me quede este dinero?
-Bueno, no sé… Viéndote, he pensado que te vendrían bien… Seguro que tienes por ahí una chica a la que invitar a algo.
Él agradece la paga y se despide hasta el día siguiente. Al salir por la puerta de la ferretería, piensa si sólo ha sido casualidad el hecho de que Sam haya acertado.
Continuará...